martes, 23 de junio de 2009

José Santos Chocano



Indio que asomas a la puerta

de esa tu rústica mansión:

¿Para mi sed no tienes agua?

¿Para mi frío cobertor?

¿Parco maíz para mi hambre?

¿Para mi sueño, mal rincón?

¿Breve quietud para mi andanza?



-¡Quién sabe, señor


!Indio que labras con fatiga

tierras que de otro dueño son:

¿Ignoras tú que deben tuyas

ser por tu sangre y tu sudor?

¿Ignoras tú que audaz codicia

siglos atrás te las quitó?

¿Ignoras tú que eres el amo?

-¡Quién sabe, señor!



Indio de frente taciturna

y de pupilas de fulgor:

¿Qué pensamiento es el que escondes

en tu enigmática expresión?

¿Qué es lo que buscas en tu vida?

¿Qué es lo que imploras a tu dios?

¿Qué es lo que sueña tu silencio?

-¡Quién sabe, señor!


¡Oh, raza antigua y misteriosa,

de impenetrable corazón,

que sin gozar ves la alegría

y sin sufrir ves el dolor:

eres augusta como el Ande,

el Grande Océano y el Sol!

Ese tu gesto que parece

como de vil resignación,

es de una sabia indiferencia

y de un orgullo sin rencor...

Corre por mis venas sangre tuya,

y, por tal sangre, si mi Dios

me interrogase qué prefiero

-cruz o laurel, espina o flor,

beso que apague mis suspiros

o hiel que colme mi canción-,

responderíale diciendo:

-¡Quién sabe, señor!




Hace ya diez años

que recorro el mundo.

¡He vivido poco!

¡Me he cansado mucho!


Quien vive de prisa no vive de veras

:quien no hecha raíces no puede dar fruto.


Ser río que corre, ser nube que pasa,

sin dejar recuerdos ni rastro ninguno,

es triste, y más triste para el que se siente

nube en lo elevado, río en lo profundo.


Quisiera ser árbol, mejor que ser ave,

quisiera ser leño, mejor que ser humo,

y al viaje que cansa

prefiero el terruño:

la ciudad nativa con sus campanarios,

arcaicos balcones, portales vetustos

y calles estrechas, como si las casas

tampoco quisieran separarse mucho...


Estoy en la orilla

de un sendero abrupto.

Miro la serpiente de la carretera

que en cada montaña da vueltas a un nudo;

y entonces comprendo que el camino es largo,

que el terreno es brusco,

que la cuesta es ardua,

que el paisaje mustio...


¡Señor!, ya me canso de viajar, ya siento

nostalgia, ya ansío descansar muy junto

de los míos... Todos rodearán mi asiento

para que diga mis penas y triunfos;

y yo, a la manera del que recorriera

un álbum de cromos, contaré con gusto

las mil y una noches de mis aventuras

y acabaré con esta frase de infortunio:


-¡He vivido poco! ¡Me he cansado mucho!

César Vallejo



PIEDRA NEGRA SOBRE UNA PIEDRA BLANCA


Me moriré en París con aguacero,

un día del cual tengo ya el recuerdo.

Me moriré en París -y no me corro-

talvez un jueves, como es hoy de otoño.



Jueves será, porque hoy, jueves, que proso

estos versos, los húmeros me he puesto

a la mala y, jamas como hoy, me he vuelto,

con todo mi camino, a verme solo.



César Vallejo ha muerto, le pegaban

todos sin que él les haga nada;

le daban duro con un palo y duro

también con una soga; son testigos

los días jueves y los huesos húmeros,

la soledad, la lluvia, los caminos…
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MASA


Al fin de la batalla,

y muerto el combatiente, vino hacia él un hombre

y le dijo: «No mueras, te amo tanto!»

Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.



Se le acercaron dos y repitiéronle:

«No nos dejes! ¡Valor! ¡Vuelve a la vida!»

Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.



Acudieron a él veinte, cien, mil, quinientos mil,

clamando: «Tanto amor, y no poder nada contra la muerte!»

Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.



Le rodearon millones de individuos,

con un ruego común: «¡Quédate hermano!»

Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.



Entonces, todos los hombres de la tierra

le rodearon; les vió el cadáver triste, emocionado;

incorporóse lentamente,

abrazó al primer hombre; echóse a andar…

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